Víctima de abuso y pobreza, salió a EE. UU. y lo recibió la tragedia. Ahora sabe qué es triunfar.
El bullicio de las sirenas de los carros de bomberos y de policía aturdía la cuadra, mientras el polvo se seguía levantando entre la confusión del barrio. La fuga de gas en un apartamento de Palatine, un suburbio cercano a la ciudad de Chicago, ocasionó la explosión.
Rescatistas agitaban las manos al interior de la vivienda para disipar el humo, pero el llanto de un bebé en el techo de una edificación contigua llamó la atención. Al escarbar entre escombros hallaron a la criatura de 22 meses, que había volado por la ventana y aterrizó en el tejado vecino sin aparentes lesiones.
Fabio Herrera, padre del menor, se llevó la peor parte. El accidente le produjo lesiones en su espalda, piernas y cabeza que lo dejaron moribundo y en cuidados intensivos por varias semanas. Su esposa, Yolanda, una mexicana agraciada que Fabio conoció en Chicago, había salido ilesa. Era el segundo milagro en medio del trágico hecho.
La explosión no solo copó las páginas de diarios y se robó la atención de noticieros en Estados Unidos, sino que años después inspiraría una producción cinematográfica cargada de vértigo y construida a partir de hechos reales.
El accidente, ocurrido en 1976, era un capítulo más en la historia del señor Herrera, un colombiano a quien el drama se le ha atravesado una y otra vez.
Del abuso y el alcohol al éxito en el exterior
Pero la historia de este hombre que llegó a Chicago en 1968 inició en Cumbal (Nariño), su pueblo natal. El viaje lo emprendió a sus 20 años para escaparle a la pobreza, al alcohol y a la memoria.
En su mente habían quedado dibujadas las veces que le arrebataron su inocencia. Apenas con 7 años, fue víctima del abuso sexual, y hoy, con 64, no olvida el rostro de los dos sacerdotes que con sonrisa mórbida le transmitían ese miedo propio de la ocasión.
El abuso del que fue víctima por parte de los dos religiosos, sumado a la muerte de su padre cuando cumplió 9 años, no le daba espacio para sentirse tranquilo.
Decidió entonces refugiarse en el licor. "Empecé a tomar a los 12. En mi pueblo era el único medio de diversión. Me volví un alcohólico", cuenta Fabio, que de forma recurrente encontraba cómo tomarse un trago, aunque no hubiera con qué pagarlo.
En su mente también reposa el recuerdo de su viaje a pie hacia Ecuador para ver a su padre antes de que muriera. "Lo internaron en un hospital en un pueblo fronterizo del Ecuador. Caminé varios días para verlo. Me quiso abrazar y no pudo, a los dos días murió".
Con la vida que llevaba a cuestas, y por el amor que le profesaba a su madre, decidió rehacer su vida. Se la jugó por la visa estadounidense, que solo consiguió en Bogotá, luego de once intentos en Cali, donde hizo el trámite sin tener suerte.
Aterrizó en Chicago endeudado por el costoso pasaje y desconociendo la dimensión de la ciudad, distinta en todo a su pueblo natal.
"Conseguí trabajo en una fábrica de metal y aluminio. Mientras barría veía cómo fabricaban piezas para vehículos y armamento. Estados Unidos combatía en Vietnam en ese tiempo y yo observaba las piezas con las que construían las bombas", recuerda.
De la escoba pasó a operador de máquinas en la misma fábrica, hasta que esa fatídica noche se dejó sorprender por la fuga de gas que cambió su destino. La larga convalecencia le dio tiempo para estudiar inglés y terminar el bachillerato que había dejado inconcluso en Colombia. De ahí en adelante, Fabio Herrera se chocó de frente con el éxito.
Una larga carrera
Cuando llegó a barrer a Chicago no pensó que años después tendría un título profesional, una maestría, dos doctorados, sería el autor de dos libros, de una película y una vida empresarial que lo puso en lo más alto, además de la oportunidad de enviar a su madre a vivir a Pasto en una casa propia.
Su primera gran alegría se la dio una llamada. "¿Yo? ¿Gerente de recursos humanos?", le preguntó desconcertado y sin poder creerlo al presidente de la fábrica para la que había trabajado por años como aseador y luego como operario.
"Barriendo me ganaba 75 dólares la semana. Con mi nuevo cargo el sueldo era de 425 dólares la semana y a cargo tenía a 250 empleados", dice. Mientras se vestía de gerente, adelantaba sus estudios universitarios en administración de empresas en la universidad de North Park, gracias a una beca. Ya graduado, fue gerente de recursos humanos de una compañía de dulces que le permitió un sueldo de 1.200 dólares semanales.
Pero ahí no paraba. Fue director ejecutivo de la Cámara de Comercio en Chicago, decano de mercadotecnia en la Universidad San Agustín e inició su propio proyecto educativo en informática con 15 alumnos, en 1996, que culminó en 2005 con más de 1.800 estudiantes en cuatro sedes en Chicago.
De repente, el pasado le hizo mella y comenzó a sentir un sinsabor. "Estando en la Cámara de Comercio tenía que atender reuniones de mucha etiqueta. En almuerzos con altos ejecutivos comencé a sentir culpabilidad, vergüenza. Mi autoestima comenzó a bajar", cuenta Fabio.
Sus recuerdos le pasaron factura y optó por la escritura a través de su primer libro, que tituló 'Over and over again', y en español, 'Cuando el abuso se vuelve adicción'. El relato, donde plasma su vida y sensaciones cautivó a Ricardo Islas, un director de cine uruguayo que convenció a Fabio para que llevara el libro a la pantalla grande.
La producción, de bajo presupuesto -apenas de 400 mil dólares-, fue otro trofeo que levantó a punta de tiempo y dinero, y que finalmente pudo proyectar en Pasto, Chicago y Los Ángeles.
Hoy, Fabio Herrera busca cómo exhibirla en toda Colombia mientras piensa en su siguiente rodaje, basado en un segundo libro que ya tiene listo. Su deseo a través de la película es ayudar a hispanos a salir del anonimato y alcanzar sueños a través de la actuación y la industria cinematográfica.
Cuando se le pregunta qué tan factible es la realización de este último proyecto, su voz delata una confianza en sí mismo que permite creer que la película será otro más de sus logros.
Aníbal Marín Castaño
REDACCIÓN ELTIEMPO.COM